Las acciones del Guacho se van para arriba! Ámbito Financiero

   Miércoles 3 de Agosto de 2011   
Original Martín Fierro tumbero 
Oscar Fariña «El guacho Martín Fierro» (Bs.As., Factotum Ediciones, 2011, 208 págs.)

Resultan incontables las versiones, continuaciones y parodias a las que ha dado lugar el clásico«Martín Fierro», desde que en 1879 José Hernández lo concluyera con esa segunda parte que denominó «La vuelta de Martín Fierro». La traslación que propone «El guacho Martín Fierro»parte de la provocación al lector bienpensante, acostumbrado, y adormecido, en las rutinas apologéticas.

Remedando desde el comienzo los cantos del poema de Hernández, Fariña resucita al gaucho mutado en pibe chorro villero. Así como el gaucho canta al compás de la vigüela, el guacho lo hace apoyándose en el tecladito cumbiero. Y el guacho no es ya la forma de definir un huérfano, sino a un tipo jactancioso y ganador. Borges que hizo apreciar la calidad literaria del poema de Hernández, no dejó de marcar la ausencia indefendible de calidad moral del personaje, que se vuelve desertor, asesino y un blando. Canónicamente se señala a Fierro como un gaucho trabajador que la injusticia social vuelve matrero, coloca de ese modo fuera de la ley. A partír de allí múltiples son las interpretaciones que pretenden explicar las causas de esa conducta.

Es el personaje del marginal, del fuera de la ley, el que le interesa a Fariña. Ha indicado que le «gustó siempre, sobre todo con lo que trabajé, que es la primera parte. La vuelta es la parte careta, parece que el éxito le cambió todo a Hernández». Y es de esa segunda parte, donde Borges ve a Fierro ablandado, de la que se sirvió Leopoldo Lugones en «El payador» para glorificar el «Martín Fierro» como poema nacional. Es allí donde Lugones ve una tradición constitutiva de la argentinidad que se contrapone al afluente inmigratorio, mientras que en la primera parte, el «Martín Fierro» se acerca desenfrenadamente, como payador perseguido, a la indiada, al malón, a la barbarie. Es en esa barbarie que se instalaFariña en su intención de «bardear» la tradición para revitalizarla.

Su «guacho» pasa de la prepotente fanfarronería de quien «nada lo hace recular/ ni el grupo GEOF lo espanta,/ y ya que todos son chantas/ yo también quiero afanar», a la meliflua confesión (incoherencia acaso debida al efecto del porro que está fumando) de que es «un guacho perseguido/ que padre y marido ha sido/ un poquito delincuente/ y sin embargo la gente/ lo tiene por un bandido». Pero es a partír de allí que surgen las imágenes contundentes del mundo marginal actual, soez, escatológico, dominado por la brutalidad y las humillaciones del sometimiento. Hay en esto algo de lo que forjaron, de manera diversa cada uno, Leónidas y Osvaldo Lamborghini. Con demoledora contundencia Oscar Fariña, poeta paraguayo residente en nuestro país, ofrece en su obra un ingreso provocador, políticamente incorrecto, al dantesco mundo de villeros, pibes chorros y «guachos tumberos» contando «bardos que conocen todos/ pero que nadie cantó».

M.S.

Bardear la tradición

En “El guacho Martín Fierro”, el poeta paraguayo Oscar Fariña adapta el poema gauchesco a lenguaje tumbero.

POR EUGENIA ALMEIDA

Desde la tapa, El guacho Martín Fierro está diciendo que viene a nombrar un parentesco para romperlo. Y a la vez que lo rompe, lo refuerza. Un parentesco turbio y bastardo con aquel libro que recorrimos en la secundaria. El guacho muestra que la foto de hoy es igual de injusta que la de siglos anteriores. Que lo que cambia es sólo la forma, siempre habrá quien persiga y quien es perseguido.
Quizás estamos acostumbrados a que el perseguido esté moralmente por encima del perseguidor. Pero el mundo que nos presenta Oscar Fariña es un terreno atravesado de brutalidad. Una brutalidad que va de arriba hacia abajo, para volver a subir en cuanto toca fondo. Un carnaval desbocado que se puso sangriento.
Este libro está lleno de incomodidades. Incomodidades para el lector: Bienvenido, usted va a ser golpeado. No sólo nombra lo que sufre el guacho sino también lo que él hace sufrir. También él persigue y destruye. También él reproduce la violencia que lo acorrala. Su voz va construyendo una historia plagada de palabras despectivas que estigmatizan. El racismo, la homofobia, el machismo hechos carne. Un lenguaje que viene a denunciar pero también a generar esa ferocidad. Un lenguaje que sirve para humillar, para insultar, para herir. Que sólo nombra al cuerpo desde lo escatológico o desde las violencias que impone y le son impuestas. Los cuerpos, la violencia, la crueldad.
Las ilustraciones recorren el espectro de lo conmovedor a lo repulsivo. Esos dibujos van jalonando las hojas, dibujos tumberos que también salen de la mano de Fariña. Una mano tan atrevida con el uso del lenguaje, con el respeto a las normas. Se rompe. Con el discurso, con lo esperado, con lo deseable, con las pronunciaciones, con las tildes, con la ortografía, con cada pequeña regla que se cruce. Una ruptura que, inevitablemente, nos lleva a pensar en qué es lo que se quiebra cuando uno vulnera ciertos límites.
El guacho promete en la contratapa que lo que viene es puro “bardear”, que hay parodia ahí, que hay un homenaje, que hay un presente brutal que quiere romper con “toda clausura de sentido”. Y cumple. De un modo absolutamente incómodo. Hay una reapropiación violenta de eso que fue, que es, El Martín Fierro. Hay un lenguaje que arrasa. Hay algo turbio, inquietantemente turbio. Molesta. Nos empuja.
Este no es un libro amable. Viene a nombrar lo desagradable, lo purulento, lo que late en la sombra de la sombra, en los calendarios repletos de furia, de odios, de ferocidad, de ensañamiento. Hay cierto valor, ahí. En el gesto de atreverse a nombrar aquello que preferiríamos no ver.
La editorial Factótum vuelve a apostar por voces que perturban lo políticamente correcto, lo previsible. Vuelve a buscar la incisiva decisión de incomodarnos. Eso siempre sirve. Permite poner en suspenso las certezas, obliga a preguntarnos si el mundo es realmente como lo vemos.