“¡Yo Leo Borges, miro Tinelli y la paso bomba! " Entrevista publicada en la edición del domingo 15 de enero de 2012 en el suplemento Ni a Palos del diario Miradas al Sur.


La estrofa Aquí me pongo a cantar / al compás de la villera, / que el guacho que lo desvela, /una pena extraordinaria, / cual camuca solitaria con la kumbia se consuela inaugura el libro El Guacho Martín Fierro, una potente resignificaciòn tumbera del clásico poema gauchesco. El escritor, Oscar Fariña (1980), respetó la métrica de la primera parte del libro de José Hernández y lo adaptó a través del uso de un lenguaje turro, marginal. Editado por Factotum, el poema tiene una tonalidad violenta y musical que avanza a la par de la historia.  El joven poeta paraguayo supo sacar del ghetto al Martín Fierro, darle un facazo, reversionarlo al compás de la cumbia y convertirlo en uno de los libros más atractivos del 2011.

-Una posibilidad de leer el Guacho como una critica a los modos más estabilizados de leer el poema de Hernández...

          Y la verdad es que mi intencion fue ir contra el sentido común más rancio, más instalado.  Escribo pensando lo que dice Borges en su definición de clásico como el libro del que todos hablan y nadie lee. Me parece que eso es lo que pasa con el Martín Fierro. Era un texto que me gustó muchísimo, sobre todo la primera parte que es la yo que trabajé. No entendía como podía hablarse de un libro con tanto desconocimiento y a la vez cómo estaba tan institucionalizado cuando el protagonista era cualquiera. Se supone que se eligen como textos nacionales algunos que encarnen cierto arquetipo ideal de nobleza, de bondad, como modelos morales de vida y nuestro personaje en cuestión  no tenia nada que ver con eso.  La gente tiene  ese prejuicio de que las cosas tendrían que ser un ideal platónico de corrección moral. Así le sacan todo su valor y hacen una lectura súper pobre, prejuiciosa y derechosa de un texto genial, maravilloso. Entonces, yo proponía una vuelta al texto, una relectura. La idea era reescribir el texto en otro tono y modificar lo menos posible.  Ese era el axioma de trabajo.

      -¿Qué era lo que más te interesaba remarcar?

   Lo que me importaba era jugar en contra de los prejuicios.  Es complicado meterse con este registro. Los inconvenientes puntuales se daban verso a verso. Había un montón de decisiones que tomar. Están los peligros de ser muy paternalista, prejuicioso y etiquetador.  Siempre trabajo con sentidos generales, pero dentro de eso me parece que este era un estilo más fino y  tenia que estar atento a eso. Es un registro sensible. Podés tener un acercamiento como hace Ciccioli:   oh miren un borracho,  las curiosidades que dice el negro,  ¿a ver negro estás borracho?  Yo no quería que fuera así,  ni siquiera quería que fuera una lectura políticamente correcta. Sólo buscaba tratar de trabajar en función de la historia. 

    - Sin embargo hay una crítica visible ...

Si, pero lo que está puntualmente en el texto es lo que pensaba Hernández. Borges dice que  lo que quería hacer es un folletín en contra del Ministerio de Guerra. Era súper puntual y política su intención,  pero trasciende. El personaje medio que se le va de las manos. En la segunda parte del texto lo que hace es vengarse de su personaje.  En el 72 Hernández era un exiliado, lo estaba buscando todo el mundo y escribió el libro en esas circunstancias. Pero en el 79, cuando escribe La Vuelta, era senador y todo en función del éxito que había tenido su libro. Paso de estar en una vereda y cruzar a la  otra. Por supuesto, tuvo que escribir La Vuelta adoctrinándolo, con los consejos del viejo Vizcacha y de Martín Fierro diciéndole a los hijos  pórtense bien. Ahí se ve como cambia de tono sobre todo en la caracterización del indio: en la primera  es el dorado, la tierra prometida, está todo re bien y en La Vuelta lo describe como el infierno. 

-¿Cómo es tu relación con la escritura?

Yo agarré las cosas muy tarde, tarde en el sentido que no tengo la historia típica del pibe que lee y escribe. Me empezó a interesar  a través de la música si se quiere. De ahí salté a la poesía pero de todos modos la literatura aparece tarde, a los 17 años.  No tengo experiencias anteriores de lecturas significativas. 

-¿Por qué elegiste que tus libros (Mamacha, Pintó el arrebatoEl Guacho, entre otros) sean en lenguaje tumbero?

Es una forma de hastío. Antes escribía en un tono más lírico, barroco, cargado de figuras retorcidas, lo mismo que las imágenes. Es una acercamiento que todavía me interesa y el cual seguro volveré  pero en ese momento me cansé de ese tono general de la poesía que escuchaba de mi generación y de la anterior, porque me parecía que el yo poético se instalaba en una media  que dejaba al yo lírico en situaciones ridículas. Pensé que a lo mejor desde mi experiencia podía recatar algo más lúdico, juguetón, y hacer poesía con ese registro. Es una forma que encontré para darme a mi mismo un aire nuevo, o renovar las ganas de producir.  Siempre quise robarle a Osvaldo Lamborghini.


-En general le prestás mucha atención a seguir la estética turra no sólo en el lenguaje sino en la tapa o los dibujos.

En Pintó el arrebato el titulo fue un disparador.  “Pintó el arrebato Guacho” era el titulo de un disco de una banda de cumbia que se llamaba El Arrebato, de las llegaron cuando la cumbia villera estaba en retirada, algo así como los últimos estertores. Me quedé con esa partícula y pensé en hacer un libro con ese titulo.  En el caso de El Guacho, al proyecto lo entendí cuando hice el dibujo de la portada. Mirando una tapa del Martín Fierro con el guacho, el rebenque y el caballo, traté de traducirlo a un guacho en moto con una cartera.  Así pasó con todos los dibujos que fui copiando. En cuanto a la portada lo pensé como un cartel de banda de cumbia, con letras grandes y muchos colores.  Los números de los capítulos son la marca típica de cómo supuestamente cuentan los días los presos. Era jugar con ese chiste. La otra opción que barajamos con la editora (Andrea Stefanoni)  fue hacerlo con la nomenclatura del truco con el cuadrado y la diagonal. Después entendimos que tenía más sentido como finalmente quedó.  En general me iba sorprendiendo como iban cayendo las cosas, por eso siempre digo que me divertí como chancho haciendo el libro.



-          En Pintó escribiste el poema “Flash del Pablito” en alusión a Pablo Lescano ¿Pensás que el éxito de la cumbia eliminó ciertos prejuicios?

No te creas.  Los  prejuicios están a la orden del día.  A los Wachiturros, por ejemplo, en los comentarios de los videos de You Tube les re dan. Me parece que  Pablo Lescano  es claramente un artista que supo mutar y relacionarse con la gente y estar abierto a otras posibilidades. Es un tipo exitoso, un pibe inteligente que produjo un montón de bandas.  Una de sus tantas virtudes es haber trascendido ante esos prejuicios de clases. Él esta ahí, en la villa, no salió. Si bien yo transité varios barrios complicados no viví en una villa. En eso radica su éxito.  Me encantaría que Pablo musicaliceEl Guacho.  Ojalá hubiera más de esos cruces.  En el mismo nivel veo a Piquin bailando con la enana y lo banco a muerte. Es híper prestigioso, sus colegas lo juzgan acusándolo de grasa y el tipo va.  Pasa en el mismo programa de Tinelli. Si bardeás sin verlo sos un gil, si lo ves para bardearlo sos un gil igual.  Son dos caminos que te hacen quedar igual de entúpido. Disfrutalo o no lo mires. Reconozco que también puede haber discursos críticos de ese programa pero con un nivel de complejidad mayor que el sentir común básico. En Facebook pegan ese cartel que dice “cada vez que alguien mira a Tinelli se suicida un libro”. César Aira escribió para La Nación un artículo muy interesante diciendo algo así como: ¿vos te pensás que Tinelli le saca lectores a Borges?  Tinelli puede sacarle público a Gran Hermano pero no a Borges. Yo leo Borges y miro Tinelli y la paso bomba!

Cucurto habló muy bien en su momento de Pinto el arrebato.  Hace poco salió el libro elRagbier  poeta y dijo que el escritor, Tomás de Vedia, es  el “Cucurto blanco”.   Es un libro que también rompe con ciertos prejuicios.

  ¡Quiero conseguir ese libro! Leí un par de poemas y eran re contra Casas y muy blancos, tal cual. Me gustaron mucho. Está buenísimo que sea de alguien rico, lindo, saludable porque siempre  la poesía está escrita por la gente más fea,  más insana, más drogada, más fracasada de la sociedad. Está bueno que alguien que este del lado del éxito  nos cuente como se siente de un modo poético.  (Risas) Yo corrijo como enfermo pero escribo poco. Me gusta boludear formalmente.  Mis amigos me pedían la novela. Hoy lo más cercano que tengo a la novela es El Guacho. Esa es mi respuesta. Es un poema, El Martín FierroLa Odisea y La Divina Comedia también lo son y te cuentan una historia.


-         ¿Es cierto que antes de hacer El Guacho pensaste en hacer Don Segundo Zombie?

Si, pero lo dejé ni bien apareció tangencialmente la idea de El Guacho. Se me ocurrió en función de que apareció el libro Orgullo y prejuicio zombie,  que es la reescritura del clásico decimonónico de Jane Austen con zombies.  En el laburo, con un compañero pensé que podía pensarse algo en el ambiente local y se me ocurrió eso pero Don Segundo Sombra es un libro aburrido, es un embole. Digamos que narrativamente no lo supe resolver.  Ahora surgió hacerlo en cómics con el dibujante Iñaki Echeverria (Sátira12). Admiro profundamente su trabajo. Sus dibujos son muy expresivos, tienen mucho humor. Funcionamos muy bien como equipo.

 -          ¿Qué es lo que más te atrae de la temática zombie?

Me copa que siempre son un comentario político.  No me gusta el texto que me habla desde la voz de Santucho como fue el secuestro de Aramburu. Si no hay trabajo formal en el medio no me interesa. Si me gusta, por ejemplo, un comentario sobre el capitalismo tardío en Dawn of the Dead de George Romero que lo hacen en el Shopping. Eso es un buen comentario, no escribir una epopeya del pobre. Me aburre el atonalismo en todas sus formas. Me encanta Kurt Vonnegut. Él fue participe del bombardeo en la segunda guerra mundial y escribió sobre eso en un libro de ciencia ficción. O  ArtSpiegelman que cuenta la historia del viejo en los hornos de Auschwitz y no te lo cuenta lineal sino como historieta: los judíos son ratoncitos y los nazis son gatos. Es genial.  A mi me interesa cuando hay trabajo, cuando la bardean. Me gusta el encuentro entre géneros populares con temas supuestamente más sobrios, cultos. Me gusta el acercamiento de las clases altas con lo popular como hizo Borges con el género policial.  Cuando Borges se pone a escribir, el género era lo mas grasa del mercado.  Fue un poeta que se quería acercar a la oralidad en sus primeros libros escribiendo, por ejemplo, realidad como  realidá. También la buscó por ese lado. Yo también,  mi gusto por estos personajes marginales son los orilleros de Borges. Soy altamente borgeano, como lector, obvio.   Lo admiro y aprendí muchísimo de él y me lo voy a tatuar (risas).


-        ¿A qué le decís Ni a Palos?

   Te voy a responder literariamente. Ni a palos a la especulación. Escribir en función de… Ya sea una idea que querés perseguir o de las  cosas que te gustan.  No especular.  Hacé lo que te interese. Hace un año ni se me ocurría que esto era posible.  La onda es esa, huir hacia delante.  No quiero hacer carrera de poeta. 

Los 10 mejores libros del 2011

REVISTA EL GUARDIAN > CULTURAS

LA SELECCIÓN DE EL GUARDIÁN

Los 10 mejores libros del 2011

Son novelas, ensayos, poemas. Provocan el pensamiento, se rebelan contra los lugares comunes o dan un salto de calidad entre sus contemporáneos. Obras de las que dimos cuenta este año y que volvemos a recomendar. 

El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq


Escribe Ivan Schuliaquer

L’enfant terrible de la literatura francesa disparó otra vez. Lo hizo desde una novela en la que explora, una vez más, la soledad. Hombres con poco que jugar en la vida y despojados de sentimientos, que buscan construirse torres de cristal. En El mapa y el territorio, Houellebecq pone en escena a Jed, un artista plástico que crea un filtro entre él y el mundo exterior: “Jed logra establecer una barrera total entre él y el resto del mundo y sus habitantes –afirma Houellebecq en la entrevista publicada por El Guardián Nº 36–. Sí, es posible si uno tiene dinero: la prueba está en que uno le cree al personaje. Y, al mismo tiempo, esta toma de distancia es indispensable para tener una visión artística del mundo. Un artista es alguien que la pasa mal, que tiene una vida particularmente pobre, pálida. Mucha gente objetará que, sin embargo, es necesario haber vivido algo para poder contarlo, pero es increíble hasta qué punto la cantidad de cosas que se precisa haber vivido es poco importante.”

Houellebecq teje una narrativa sobre una escritura pulcra y precisa. Sus giros literarios no se juegan en frases enrevesadas. Su claridad y el ritmo de su escritura acompañan mensajes filosóficos contundentes sobre la soledad, la tristeza y el amor. También sobre los fracasos trágicos e inexplicables de las relaciones humanas y acerca de la crisis actual del capitalismo. La brillantez con la que plantea su cinismo sobre la contemporaneidad y el rumbo de la humanidad exige del lector optimista una búsqueda desesperada de argumentos ante una batalla que perderá.

Este libro aborda, además, el mito que se creó alrededor de la vida de una de las plumas más importantes del presente. Houellebecq se coloca a sí mismo como personaje de su novela. Se muestra ermitaño, impredecible y aburrido hasta que lo asesinan en el medio de la historia. Un gesto pesimista y seductor. Una postal más de un mundo sin esperanzas. (Ed. Anagrama)



Betibú, de Claudia Piñeiro

Escribe Sergio S. Olguín

El género literario argentino por excelencia no es la gauchesca sino el policial. Incluso nuestra obra mayor de la gauchesca, el Martín Fierro, no es más que un policial donde hay muertos, corrupción, víctimas, perseguidos y poderosos que hacen lo que quieren. Claudia Piñeiro es una cultora del género policial. Betibú, su nueva novela, está entre lo mejor que se ha escrito en estos años en el terreno de lo policial, es decir, de la narrativa argentina.

Hay un muerto –que después son varios–, hay una investigadora mujer (la escritora Nurit Iscar) ayudada por dos periodistas, hay una serie de personajes secundarios muy logrados y está ese territorio que Piñeiro maneja como nadie que es el country. Pero no es una mirada complaciente, sino que con ironía y dureza lo describe en cada detalle.

Escribir sobre temas policiales en la Argentina es escribir sobre política y hoy no se puede hablar de política sin hacer referencia a los medios de comunicación. Así que Piñeiro articula policial, política y periodismo en una novela atrapante desde todas las perspectivas: personajes tridimensionales, una trama que gana en complejidad y misterio a medida que se avanza en las páginas, una escritura rica en matices. Los personajes fuertes y complejos son una constante en la narrativa de la autora de Elena sabe. Están atravesados por una soledad que no les impide comunicarse. Una soledad optimista. Claudia Piñeiro trabaja el lenguaje argentino con una libertad envidiable, algo que muchos autores reconocidos no se animan a hacer. Hay una lengua que está viva en las páginas de Betibú y eso no es poco en una literatura que ha oscilado entre hacerse cargo de las particularidades lingüísticas del argentino o rebajar su lenguaje a un castellano neutro fácilmente consumible en el resto de Hispanoamérica. Piñeiro ha sabido combinar en Betibú una novela que llega a un público masivo, con un trabajo alrededor de los distintos componentes de la narrativa que envidiaría más de uno de esos autores aburridos a los que los profesores de letras les dedican sus papers. (Ed. Alfaguara)



¡Indígnate!, de Stéphane Hessel

Escribe I. S.

A los 93 años, Hessel decidió decirle al mundo que sabe que no le queda mucho, que “el final ya no está tan lejos”.Pensó en cómo despedirse, en qué dejar a los que vienen, sobre todo a los jóvenes. Ahí su proclama fue: reaccionen, protesten, no se queden indiferentes. En una sola palabra: ¡Indígnate!, como se llama su libro que se transformó en best seller y dio título a varias de las protestas europeas de 2011.

Hessel, francés nacido en Alemania, fue protagonista del último siglo: formó parte de la Resistencia francesa contra la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial, pasó por el campo de concentración de Buchenwald y cuenta entre sus peregrinos haber sido uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre en 1948. 

Pese a lo que se podría esperar a sus 93 años, el francés no tiene secretaria ni nada parecido: maneja su propia agenda, atiende el teléfono y abre la puerta de su edificio. Cuando El Guardián le pidió una entrevista, tenía problemas de agenda casi insalvables porque tenía que viajar. No obstante, afirmó: “Pero me interesa mucho hablar para la Argentina”.

–Usted dice que no hay que renunciar, que hay que indignarse. También, que la indignación produce militantes fuertes. Entonces, ¿la indignación lleva a la militancia?

–Para empezar quiero decir que no alcanza con indignarse. Hay que salir de la indiferencia y de lo que nos desanima indignándonos. Pero, después, hay que comprometerse y, por supuesto, actuar. En estos tiempos se constata que en muchos países, no sólo en aquellos que se deshicieron de un dictador como los tunecinos y los egipcios, y quizás los sirios y los libios, pero también en países democráticos como España, Italia y Francia, hay razones para no estar contentos con la manera en que somos gobernados. (Ed. Destino) 



El guacho Martín Fierro, de Oscar Fariña

Escribe Javier Sinay
“Acá me pongo a cantar / al compás de la villera, / que el guacho que lo desvela / una pena extraordinaria, / cual camuca solitaria / con la kumbia se consuela.” Los versos del poema Martín Fierro recobran una vida de vértigo y roña en manos de Oscar Fariña, un joven librero nacido en Paraguay y criado en varios barrios del conurbano bonaerense, influenciado a la vez por Jorge Luis Borges y por Pablo Lescano, o, como se ve, por la gauchesca más tradicional y por la cumbia villera más original. El suyo no es el gaucho Martín Fierro, sino El guacho Martín Fierro. Secreto a voces, casi como una leyenda naciente de la poesía de sótano, Fariña había editado antes sus poemas en fanzines y en libritos de edición artesanal.

“Soy hijo de una madre soltera paraguaya que se vino con lo puesto. Me mudé mucho, pero ahora pienso que todas esas experiencias me beneficiaron”, dice quien echa a rodar a su guacho, un ladrón del bajo pueblo que termina preso y que, como el gaucho de José Hernández, choca una y otra vez contra las fuerzas y los engranajes del Estado. El gaucho deviene en las líneas de Fariña en un guacho zarpado, pesado y choborra –donde la gauchesca revive en su línea más rebelde. “El Martín Fierro original me encanta, pero me parece que está mal leído y que ha sido cooptado por una institución reaccionaria como la escuela”, dice el poeta. Y admite que se inspiró en el libro Orgullo y prejuicio y zombies, con el que Seth Grahame-Smith versionó el clásico decimonónico de Jane Austen. Fariña se preguntó entonces cómo adaptar esa idea y probó con Don Segundo Zombie. Trabajó duro sobre su proyecto, pero el resultado no lo convencía. “Debe ser porque Don Segundo Sombra es un libro de mierda y Martín Fierro, todo lo contrario”, pensaba. Ahora, satisfecho, explica: “Yo quería reavivar la lectura del Martín Fierro, sabiendo que todavía tiene una actualidad impresionante, y por eso traté de tocar el texto original lo menos posible en lo estructural, sin dejar de formar una versión clase Z”. (Factotum Ed.)



Libertad, de Jonathan Franzen

Entrevista de Thomas Mahler

Sus primeros libros fueron Ciudad veintisiete y Movimiento fuerte. Pero la popularidad para el escritor llegó con su tercera novela: Las correcciones, de 2001, que vendió tres millones. Diez años después, y luego de haberse transformado en un símbolo pop que aparece en Los Simpson y en la tapa de la revista Time, Franzen, de 52 años, volvió con nueva novela: Libertad. En este caso, cuenta la historia de un matrimonio ideal que verá desmoronarse todo lo construido cuando se muda a Washington.

–Libertad fue recibido como un libro mayor de nuestra época, pero también fue comparado con la obra de Tolstoi y con los grandes novelistas realistas del siglo XIX. ¿Esta definición de una ficción clásica en su forma, pero que logra capturar al Estados Unidos de principios del siglo XXI, le parece bien?

–Para nada. Cada vez me interesa más el realismo. Y como también me gusta ubicar mis historias en el mundo contemporáneo, cierta cantidad de realidades del Estados Unidos de hoy se reflejan también en mi libro, pero de forma casi accidental. Porque mi objetivo primordial en tanto que novelista es dar vida a personajes complejos y finalmente atrayentes, y meterme en ellos tan profundamente como se pueda. Muchos de los útiles formales y psicológicos que utilizo para eso fueron desarrollados a lo largo del siglo XX. Nuestras discusiones actuales sobre la vida de la familia, por ejemplo, la manera en la que intentamos no ser como nuestros padres o intentamos criar a nuestros hijos como nosotros mismos fuimos criados, no están en la ficción del siglo XIX.

–Usted es particularmente virulento con el gobierno de Bush. ¿Por qué?

–Porque violaron el país y lo dejaron muerto. Espero, sin embargo, que los lectores perciban mi novela como equilibrada políticamente. Mi personaje preferido de Libertad es un republicano ardiente partidario del libre mercado. Es más, creo que esta historia trata peor al establishment liberal-demócrata que a los conservadores. (Salamandra)



El paraíso argentino, de Claudio Zeiger

Escribe S.S.O.
El paraíso argentino, de Claudio Zeiger (1964), más que un libro es una perla. Una gema preciosa entre las piedras rústicas y previsibles de los autores locales que cuando no escriben ficción sólo pueden articular libros a favor o en contra del kirchnerismo.

Zeiger reúne ensayos sobre escritores que lo tuvieron todo: fortuna personal y lectores en abundancia. La crítica literaria, en cambio, fue más ambigua o menos generosa con ellos, ya que miraba con desconfianza la popularidad que alcanzaron en vida. Benito Lynch, Ricardo Güiraldes, Eduardo Mallea, Manuel Mujica Lainez, Oscar Hermes Villordo, Silvina Bullrich, Beatriz Guido y Marta Lynch componen este grupo parejo de autores.

Zeiger recorre la obra y la vida de cada uno de ellos marcadas por lo general por una característica: el misterio de la misantropía de Benito Lynch, la búsqueda del paraíso por parte de Mujica Lainez, el vínculo con el dinero de Silvina Bullrich y las pasiones al límite de Marta Lynch son algunos de los puntos de inflexión de los análisis que realiza el autor de Redacciones perdidas. Hay en este edén literario también la reivindicación de la obra de estos escritores, injustamente olvidados por los lectores, pero también por el mundo editorial. A excepción de Mujica Lainez, es muy difícil encontrar las obras de los demás autores. Un olvido que corta aún más los vínculos y las continuidades (y también las rupturas) con la literatura que hoy se produce en el país. Zeiger, uno de los más destacados narradores de su generación, fue capaz de trazar los puentes con escritores del pasado. Un canon que debería ser tan polémico como motivador para cualquiera que le interese la literatura argentina. (Emecé)



Repensar la justicia..., de François Dubet

Escribe I.S.

Igualdad de oportunidades o igualdad de posiciones sociales: la disyuntiva entre una igualación antes de comenzar la competencia o una menor distancia entre las clases sociales. Allí está la cuestión para el francés François Dubet, el principal heredero intelectual de la sociología de Alain Touraine y uno de los pensadores más reconocidos de la Francia actual. Para Dubet, una sociedad debe priorizar la igualdad de las posiciones sociales.
En Repensar la justicia social. Contra el mito de la igualdad de oportunidades analiza los diferentes tipos de igualdad.

–¿En qué consiste la diferencia entre la igualdad de oportunidades y la igualdad de posiciones?

–Todas las sociedades democráticas buscan resolver el asunto de cómo alcanzar la igualdad fundamental de los seres humanos sin perder de vista que todas las sociedades, no sólo las capitalistas, tienen desigualdades muy fuertes. La idea que desarrollo es muy simple: hay un modelo, que es el de los movimientos obreros europeos, que propone reducir progresivamente las desigualdades entre las posiciones sociales. Busca lograr que los patrones sean menos ricos y que los obreros sean menos pobres. Después, está el modelo de la igualdad de oportunidades, dominante en Estados Unidos. Más allá de las desigualdades sociales, si la competencia social es equitativa, en el trabajo, en la educación, si luchamos contra el racismo y el sexismo, el mundo vuelve a ser justo porque cada uno ocupa el lugar que amerita. Estos dos modelos estuvieron siempre combinados. En el modelo de las posiciones, las desigualdades son de clase. En el otro, las grandes víctimas son los discriminados. Critico los dos modelos: el de la igualdad de posiciones es conservador, corporativo; el de las oportunidades es desigual y cruel porque organiza el mundo entre vencedores y vencidos. Si sos explotado, sos víctima; pero si sos vencido, merecés lo que te pasó. (Siglo XXI)



Kryptonita, de Leonardo Oyola

Escribe J.S.

La nueva fábula de Leonardo Oyola es un libro fantástico. Y lo es literalmente, porque Kryptonita cuenta las aventuras de Nafta Súper, el temible líder de una banda de hampones de los barrios del Oeste que en una noche fría cae herido de muerte en la guardia del Hospital Paroissien, de Isidro Casanova, y sin embargo no muere. Al contrario, es demasiado robusto para morir, y el médico que lo recibe ni siquiera puede colocarle una inyección de adrenalina porque la aguja se dobla cuando intenta penetrar su piel. Así, el doctor se convence de que el paciente es un superhombre suburbano y marginal.

“Me gustaba la idea de recrear la historia de Superman en La Matanza y primero pensé en hacerla de modo lineal, pero después me di cuenta de que tenía que modificarlo todo y prestarle al protagonista cosas mías, de mis amigos y de mi hermano”, dice Oyola, que escribió siete novelas en las que no faltan la violencia ni la fantasía ni el barro.

Con esos condimentos, este discípulo del escritor Alberto Laiseca (y fanático del policial sazonado con terror) se convirtió en un referente e inauguró una nueva veta en el policial argentino.

Con esa marca su novela Chamamé ganó el Premio Dashiell Hammett (un importante galardón del género policial en español) en la edición 2008 de la Semana Negra de Gijón, la feria dirigida por el escritor hispano-mexicano Paco Ignacio Taibo II.

En Kryptonita, como en muchos de sus otros textos, Oyola captura el habla más popular como en una fotografía: “Yo no podría haber escrito esta novela dejando de lado el argot”, admite.

“Lo que tiene el argot de nuestros tiempos es una velocidad de mutación increíble. En algún momento, alguien escribirá una novela grossa sobre el paco, pero por ahora es un tema reciente y es difícil escribir cuando todavía está ardiendo el fuego.” (Mondadori)



Cómo cambiar el mundo, de Eric Hobsbawm

Entrevista de Gabriele Pantucci

El inglés Eric Hobsbawm tiene 93 años y se ha vuelto un autor de un best seller.

Gracias a su última obra Cómo cambiar el mundo, Marx y el marxismo 1840-2011. La lección del célebre historiador, apasionado del jazz, ha escalado a lo más alto de los rankings de venta ingleses. Una sorpresa también para él que desde hace años vive en Hampstead, a breve distancia del páramo que linda con el cementerio de Highgate donde está enterrado Marx.

–En el primer capítulo de su libro escribe que Marx es “todavía un gran pensador de nuestro tiempo”. Y que, paradójicamente, “fueron los capitalistas que lo redescubrieron y no los socialistas”.

–Tenemos dos razones que clarifican su importancia. En primer lugar, el fin del marxismo oficial de la Unión Soviética liberó a Marx de la identificación con el leninismo y con los regímenes leninistas. De esta manera fue posible recuperar su pensamiento y aquello que tenía que decir respecto al mundo. Pero, sobre todo, el capitalismo globalizado que se desarrolló en los años noventa en los términos descriptos por Marx en el Manifiesto. Esto sí fue entendido en la crisis de 1998: año durísimo para la economía global, además de ser el 150 aniversario de este pequeño y sorprendente opúsculo. Pero, exactamente, esa vez fueron los capitalistas y no los socialistas en redescubrirlo. Quizá los socialistas estaban demasiado perplejos para celebrar este aniversario.

–¿Cuándo se dio cuenta de que Marx había regresado?

–Me contactó el director de la revista que United Airlines publica para sus pasajeros, que son casi todos norteamericanos dedicados a los negocios. Yo había escrito un artículo sobre el Manifiesto: me pidieron autorización para publicarlo. Estaban interesados en el debate. Un tiempo después George Soros me preguntó qué pensaba de Marx. De improviso le di una respuesta ambigua. “Hace 150 años este hombre”, dijo Soros, “descubrió algo sobre el capitalismo que hemos de tener en cuenta”. No hay duda de que Marx se ubicó en el centro de la escena. (Paidós)



Némesis, de Philip Roth

Escribe I.S.

Cuando el lector termine la nueva novela de Philip Roth le quedará un enorme consuelo: el de haber leído a un autor clásico que está vivo. El de saber que uno de los más grandes escritores de las últimas tres décadas tiene una obra incompleta, al menos en potencia. Es más, a juzgar por su nuevo libro, su salud literaria está cada vez mejor.

En Némesis, desde una prosa contundente que vuelve inevitable preguntas filosóficas, Roth cuenta un momento en la vida de un joven. A Bucky Cantor su pésima vista lo salva del ejército estadounidense y de ir al frente como sus mejores amigos. Lo que para algunos podría haber sido una suerte, para él se transforma en una culpa enorme. Mientras pasa sus días a cargo de una colonia de vacaciones, y cuando su responsabilidad como docente le permite redimirse ante sí mismo, la epidemia de polio se muda a su barrio.

La historia de ese hombre tiene la potencia de hablar de la historia de una generación, de una guerra, de una epidemia, de una comunidad, de un país y del mundo. ¿Cómo creer en Dios cuando el mundo atraviesa la Segunda Guerra Mundial? ¿Cómo creer cuando a eso se le suma el terrible avance de la poliomielitis? La novela tiene mucho de autobiográfica. Roth habla del barrio donde se crió y de preadolescentes judíos que tenían su edad a principios de la década del cuarenta. Cuando jugaban al béisbol y empezaban a forzar su personalidad. Cuando apareció la polio y a algunos los dejó discapacitados o los mató.

La fuerza de la historia dispara preguntas. ¿Cómo reaccionar ante la desgracia? ¿Hasta dónde llega la responsabilidad de los individuos? La crudeza de Roth muestra que las tragedias colectivas, más allá de la cantidad de gente a las que afecten, siempre se tramitan individualmente. El autor de Pastoral americana escribió una novela durísima, triste, angustiante y demoledora. Allí conviven la derrota, la injusticia y el desastre. Pero, a la vez –y quizás ahí esté parte de su genio–, una novela disfrutable y hermosa. A Roth le alcanzan 200 páginas para construir todo eso, con la contundencia de un clásico. (Mondadori)