Bardear la tradición
En “El guacho Martín Fierro”, el poeta paraguayo Oscar Fariña adapta el poema gauchesco a lenguaje tumbero.
POR EUGENIA ALMEIDA
Desde la tapa, El guacho Martín Fierro está diciendo que viene a nombrar un parentesco para romperlo. Y a la vez que lo rompe, lo refuerza. Un parentesco turbio y bastardo con aquel libro que recorrimos en la secundaria. El guacho muestra que la foto de hoy es igual de injusta que la de siglos anteriores. Que lo que cambia es sólo la forma, siempre habrá quien persiga y quien es perseguido.
Quizás estamos acostumbrados a que el perseguido esté moralmente por encima del perseguidor. Pero el mundo que nos presenta Oscar Fariña es un terreno atravesado de brutalidad. Una brutalidad que va de arriba hacia abajo, para volver a subir en cuanto toca fondo. Un carnaval desbocado que se puso sangriento.
Este libro está lleno de incomodidades. Incomodidades para el lector: Bienvenido, usted va a ser golpeado. No sólo nombra lo que sufre el guacho sino también lo que él hace sufrir. También él persigue y destruye. También él reproduce la violencia que lo acorrala. Su voz va construyendo una historia plagada de palabras despectivas que estigmatizan. El racismo, la homofobia, el machismo hechos carne. Un lenguaje que viene a denunciar pero también a generar esa ferocidad. Un lenguaje que sirve para humillar, para insultar, para herir. Que sólo nombra al cuerpo desde lo escatológico o desde las violencias que impone y le son impuestas. Los cuerpos, la violencia, la crueldad.
Las ilustraciones recorren el espectro de lo conmovedor a lo repulsivo. Esos dibujos van jalonando las hojas, dibujos tumberos que también salen de la mano de Fariña. Una mano tan atrevida con el uso del lenguaje, con el respeto a las normas. Se rompe. Con el discurso, con lo esperado, con lo deseable, con las pronunciaciones, con las tildes, con la ortografía, con cada pequeña regla que se cruce. Una ruptura que, inevitablemente, nos lleva a pensar en qué es lo que se quiebra cuando uno vulnera ciertos límites.
El guacho promete en la contratapa que lo que viene es puro “bardear”, que hay parodia ahí, que hay un homenaje, que hay un presente brutal que quiere romper con “toda clausura de sentido”. Y cumple. De un modo absolutamente incómodo. Hay una reapropiación violenta de eso que fue, que es, El Martín Fierro. Hay un lenguaje que arrasa. Hay algo turbio, inquietantemente turbio. Molesta. Nos empuja.
Este no es un libro amable. Viene a nombrar lo desagradable, lo purulento, lo que late en la sombra de la sombra, en los calendarios repletos de furia, de odios, de ferocidad, de ensañamiento. Hay cierto valor, ahí. En el gesto de atreverse a nombrar aquello que preferiríamos no ver.
La editorial Factótum vuelve a apostar por voces que perturban lo políticamente correcto, lo previsible. Vuelve a buscar la incisiva decisión de incomodarnos. Eso siempre sirve. Permite poner en suspenso las certezas, obliga a preguntarnos si el mundo es realmente como lo vemos.
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