Entre el cielo y el infierno, la salvación está en la literatura. “Las garras del niño inútil” es la segunda novela (Factotum ediciones) del joven escritor argentino, Luis Mey. La obra narra la infancia de pesadilla de Maxi (entre sus 6 y 15 años), un vendedor de una gran librería de Buenos Aires, con alma de librero. “Un tipo alto y severamente imbécil. Por eso me encorvo. Y porque no siento que haya algo interesante por lo que valga andar recto”. La novela comienza con toques costumbristas al retratar el “desierto de ilusiones”, la Argentina de los años ochenta en una familia disfuncional de clase media baja del Gran Buenos Aires, entre el barrio de San Isidro y La Cava, una villa. A medida que la novela y los años avanzan, aparece el retrato de un monstruo, la figura paterna y con ella la tristeza, la brutalidad, la violencia irracional que se apoderan del lector dejando una sensación agridulce de desesperación. Ni siquiera se salva el personaje materno pues su sumisión, su no inocencia, su falta de agallas para denunciar la violencia machista intolerable acaban por ser cómplices del monstruo.
Dicen que los nuevos escritores bolivianos, argentinos, colombianos, chilenos… han abandonado la novela política, comprometida. Es mentira. El retrato de una juventud ochentera argentina desengañada con la manera de hacer política tiene en la obra de Mey (su opera prima, “Los abandonados” también hacía hincapié en esta veta) uno de sus mayores aciertos. El odio a la política del personaje de Mey es político. Las pinceladas sobre la dictadura, Perón, Alfonsín y Menem son políticas. Y terriblemente ácidas y críticas. ¿Quién dijo que los jóvenes escritores se han refugiado en sus nichos onanistas y mediáticos?
Cansancio vital, tristeza, bronca, asco, odio, violencia, furia y gritos. Y esperanza. Eso es “Las garras del niño inútil” de Luis Mey y su sobreviviente, Maxi, un “alter ego” del propio autor. Otros de los aciertos de la obra es la invitación a pensar sobre la niñez, sobre nuestra niñez, la de cada uno. Pero también es una novela sobre la paternidad (“¿se creen que porque tienen la capacidad física para traer gente al mundo también tienen el derecho a ser llamados padres?”). Francisco Capomasi es un ex policía, padre racista, raro, golpeador, alcohólico, un “nadie” que quiere ser alguien, que, como muchos, “se lanzó a ser padre antes de reparar sus heridas como hijo”.
El estilo de Mey –corto, duro, como un gancho al hígado- se debe al cine, al clip, a la literatura que más ama. Mey es la apuesta de Factotum ediciones (de su media docena de libros publicados por esta joven editorial bonaerense especializada en jóvenes escritores argentinos y latinoamericanos, dos son de Mey) y no se equivocan. “Las garras del niño inútil” te hunde en la pesadilla de un personaje que se deja querer, te lleva de la mano entre peleas callejeras e infierno doméstico y te resucita con un pequeño gran homenaje a los libros, a la ficción salvadora. Aunque no exista redención posible para ese personaje que ya estaba en el primer libro (“Los abandonados”), el tierno Negri, el perro de la familia.
El humor también lo atraviesa todo, ya es un rasgo identitario de la novelística de Mey junto al abandono, la dignidad y la felicidad o su búsqueda. Solo con pequeños y fugaces momentos de escepticismo ateo y especialmente de humor, el lector consigue seguir adelante; la tímida sonrisa es el antídoto perfecto.
“Yo era un niño, ese monstruo que los adultos fabrican con sus penas”, dice Jean Paul Sartre en el comienzo del libro a modo de cita. Luego Mey nos sigue regalando frases como puñales, quizás la mejor virtud de su incipiente y rabiosa manera de narrar: “Hay tres cosas en mi barrio constantes y nerviosas: los perros en la villa y en la fábrica abandonada, los tiros a toda hora y lo que dicen mis padres, que es muy poco creíble”. El lema: “Vivir con dignidad es aprender a ser feliz en la infelicidad y aceptar que algún día tendré derecho a ser infeliz en la felicidad”. O “Dios es un padre inexistente que cae en los mismos errores de los padres que sí existen”. O ésta que me gusta harto: “Ser chico es ser turista de las pequeñas cosas del pequeño mundo de cada uno”. Los lectores y lectoras esperamos más viajes turísticos por los chicos y prometedores mundos de Mey. Por los cielos y los infiernos de su narrativa.
Ricardo Bajo H. (periódico Cambio, La Paz, Bolivia 19-12-10)
Dicen que los nuevos escritores bolivianos, argentinos, colombianos, chilenos… han abandonado la novela política, comprometida. Es mentira. El retrato de una juventud ochentera argentina desengañada con la manera de hacer política tiene en la obra de Mey (su opera prima, “Los abandonados” también hacía hincapié en esta veta) uno de sus mayores aciertos. El odio a la política del personaje de Mey es político. Las pinceladas sobre la dictadura, Perón, Alfonsín y Menem son políticas. Y terriblemente ácidas y críticas. ¿Quién dijo que los jóvenes escritores se han refugiado en sus nichos onanistas y mediáticos?
Cansancio vital, tristeza, bronca, asco, odio, violencia, furia y gritos. Y esperanza. Eso es “Las garras del niño inútil” de Luis Mey y su sobreviviente, Maxi, un “alter ego” del propio autor. Otros de los aciertos de la obra es la invitación a pensar sobre la niñez, sobre nuestra niñez, la de cada uno. Pero también es una novela sobre la paternidad (“¿se creen que porque tienen la capacidad física para traer gente al mundo también tienen el derecho a ser llamados padres?”). Francisco Capomasi es un ex policía, padre racista, raro, golpeador, alcohólico, un “nadie” que quiere ser alguien, que, como muchos, “se lanzó a ser padre antes de reparar sus heridas como hijo”.
El estilo de Mey –corto, duro, como un gancho al hígado- se debe al cine, al clip, a la literatura que más ama. Mey es la apuesta de Factotum ediciones (de su media docena de libros publicados por esta joven editorial bonaerense especializada en jóvenes escritores argentinos y latinoamericanos, dos son de Mey) y no se equivocan. “Las garras del niño inútil” te hunde en la pesadilla de un personaje que se deja querer, te lleva de la mano entre peleas callejeras e infierno doméstico y te resucita con un pequeño gran homenaje a los libros, a la ficción salvadora. Aunque no exista redención posible para ese personaje que ya estaba en el primer libro (“Los abandonados”), el tierno Negri, el perro de la familia.
El humor también lo atraviesa todo, ya es un rasgo identitario de la novelística de Mey junto al abandono, la dignidad y la felicidad o su búsqueda. Solo con pequeños y fugaces momentos de escepticismo ateo y especialmente de humor, el lector consigue seguir adelante; la tímida sonrisa es el antídoto perfecto.
“Yo era un niño, ese monstruo que los adultos fabrican con sus penas”, dice Jean Paul Sartre en el comienzo del libro a modo de cita. Luego Mey nos sigue regalando frases como puñales, quizás la mejor virtud de su incipiente y rabiosa manera de narrar: “Hay tres cosas en mi barrio constantes y nerviosas: los perros en la villa y en la fábrica abandonada, los tiros a toda hora y lo que dicen mis padres, que es muy poco creíble”. El lema: “Vivir con dignidad es aprender a ser feliz en la infelicidad y aceptar que algún día tendré derecho a ser infeliz en la felicidad”. O “Dios es un padre inexistente que cae en los mismos errores de los padres que sí existen”. O ésta que me gusta harto: “Ser chico es ser turista de las pequeñas cosas del pequeño mundo de cada uno”. Los lectores y lectoras esperamos más viajes turísticos por los chicos y prometedores mundos de Mey. Por los cielos y los infiernos de su narrativa.
Ricardo Bajo H. (periódico Cambio, La Paz, Bolivia 19-12-10)
1 comentario:
acabo de leer el libro. Super interesante, de facil lectura. atrapante. relatos de la vida de Maxi, con matices historicos que contextualizan la narración y nos convierte (a los que vivimos en esas epocas) en participes de las anecdotas. una cruda verdad, con momentos de humor. pero sobre todo de durísima realidad. que reflejan como hemos crecido en el conurbano, y cuan dificil ha sido (y continua siendo) el dejar de repetir historias de exclusion y violencia
Publicar un comentario