Oscar Fariña «El guacho Martín Fierro» (Bs.As., Factotum Ediciones, 2011, 208 págs.)
Resultan incontables las versiones, continuaciones y parodias a las que ha dado lugar el clásico«Martín Fierro», desde que en 1879 José Hernández lo concluyera con esa segunda parte que denominó «La vuelta de Martín Fierro». La traslación que propone «El guacho Martín Fierro»parte de la provocación al lector bienpensante, acostumbrado, y adormecido, en las rutinas apologéticas.
Remedando desde el comienzo los cantos del poema de Hernández, Fariña resucita al gaucho mutado en pibe chorro villero. Así como el gaucho canta al compás de la vigüela, el guacho lo hace apoyándose en el tecladito cumbiero. Y el guacho no es ya la forma de definir un huérfano, sino a un tipo jactancioso y ganador. Borges que hizo apreciar la calidad literaria del poema de Hernández, no dejó de marcar la ausencia indefendible de calidad moral del personaje, que se vuelve desertor, asesino y un blando. Canónicamente se señala a Fierro como un gaucho trabajador que la injusticia social vuelve matrero, coloca de ese modo fuera de la ley. A partír de allí múltiples son las interpretaciones que pretenden explicar las causas de esa conducta.
Es el personaje del marginal, del fuera de la ley, el que le interesa a Fariña. Ha indicado que le «gustó siempre, sobre todo con lo que trabajé, que es la primera parte. La vuelta es la parte careta, parece que el éxito le cambió todo a Hernández». Y es de esa segunda parte, donde Borges ve a Fierro ablandado, de la que se sirvió Leopoldo Lugones en «El payador» para glorificar el «Martín Fierro» como poema nacional. Es allí donde Lugones ve una tradición constitutiva de la argentinidad que se contrapone al afluente inmigratorio, mientras que en la primera parte, el «Martín Fierro» se acerca desenfrenadamente, como payador perseguido, a la indiada, al malón, a la barbarie. Es en esa barbarie que se instalaFariña en su intención de «bardear» la tradición para revitalizarla.
Su «guacho» pasa de la prepotente fanfarronería de quien «nada lo hace recular/ ni el grupo GEOF lo espanta,/ y ya que todos son chantas/ yo también quiero afanar», a la meliflua confesión (incoherencia acaso debida al efecto del porro que está fumando) de que es «un guacho perseguido/ que padre y marido ha sido/ un poquito delincuente/ y sin embargo la gente/ lo tiene por un bandido». Pero es a partír de allí que surgen las imágenes contundentes del mundo marginal actual, soez, escatológico, dominado por la brutalidad y las humillaciones del sometimiento. Hay en esto algo de lo que forjaron, de manera diversa cada uno, Leónidas y Osvaldo Lamborghini. Con demoledora contundencia Oscar Fariña, poeta paraguayo residente en nuestro país, ofrece en su obra un ingreso provocador, políticamente incorrecto, al dantesco mundo de villeros, pibes chorros y «guachos tumberos» contando «bardos que conocen todos/ pero que nadie cantó».
M.S. |
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