Punto Crítico / Por Ezequiel Martínez

REVISTA CULTURAL Ñ

Sobre "Las garras del niño inútil" de Luis Mey
La primera (y única) vez que asistí a una corrida de toros mi conciencia y mis sentidos se batieron a duelo. No me creí capaz de permanecer sentado hasta la segunda faena, mientras observaba a banderilleros y picadores iniciando el rito de sangre que precede la muerte del animal. Pero así como el toro sucumbe ante la estocada del torero, mi espanto fue vencido por el morbo. Todavía hoy, mucho años después, siento culpa por ese deseo macabro de que la agonía se prolongara con la excusa del espectáculo.
A veces, con algunos libros, pasa lo mismo. Uno lee historias trágicas, salvajes, desgarradoras, hasta la médula, y sin embargo no quiere que se terminen nunca. Algo así me sucedió con Las Garras del niño inútil, la nueva novela del argentino Luis Mey. Sus páginas están atravesadas por una procesión de escenas insoportables y dolorosas en un entorno de violencia familiar signado por los caprichos del alcohol. Un padre golpeador que castiga y humilla a sus cinco hijos, acompañado por una esposa sumisa y encubridora en un hogar de clase media baja tirando a subterránea: eso es lo que nos cuenta Maxi, el narrador de ocho años, que crece sin entender qué es eso a lo que algunos llaman felicidad. No hay lugar para caricias ni huecos donde se cuele algún síntoma de amor o consuelo, y mientras el lector espera una nueva hilera de golpizas siniestras, sospecha un destino trágico e inevitable. Pero no. El autor evita los golpes bajos y hasta se permite el antídoto del humor para que el relato se haga más tolerable. La historia – su historia – hiere al lector y lo marca con cicatrices invisibles. Las de Luis Mey fueron reales, y las exorciza en esta novela.
Hoy el escritor, que apenas pasa lo 30 años, trabaja como librero y sus dos novelas – la primera fue Los abandonados – fueron publicadas por Factotum, una editorial independiente que recupera aquella vieja mística de escarbar entre los autores emergentes en busca de talento y de estocadas como las de Mey, que pegan con azotes de literatura.

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